El abuelo de Fidel y Carlos, Emiliano, formó una cooperativa vinícola en La bastida en los años 60, a la que aportaba la producción de los viñedos que iba adquiriendo. En 1989 su hijo Fidel fundó Tierra con el firme propósito de dar identidad a sus propios viñedos a través de elaboraciones muy personales, objetivo que sentó las bases de esta bodega de la Rioja Alavesa ahora en manos de sus hijos. Carlos como enólogo y motor principal, apoyado por Fidel –enólogo de Luis Cañas– como director técnico, potencian la sabiduría familiar y sus conocimientos para elaborar vinos que reflejan cada viñedo, buscando diferenciación por altitud, tipo de suelo y variedad de uva.
Muy personal La bodega está situada en un histórico edificio del barrio judío de Labastida y asentada sobre un entramado de cuatro cuevas diferentes construidas entre los s. XV y XVI, lugar perfecto para el reposo de los vinos. Poseen 35 hectáreas de viñedo en suelos calcáreos en la zona sur –idóneos para la garnacha blanca– o arcillosos en la zona norte –perfectos para la tempranillo–, pasando por un sinfín de composiciones geológicas distintas y dos climas principales; mediterráneo y atlántico. Con este amplio abanico producen 12 vinos diferentes, de los cuales 5 son blancos –algunos con crianza en barrica– pero sobre todo parcelarios, con personalidades marcadas y distintas entre sí. En este momento llevan 3 años trabajando en la última parcela que han incorporado –de suelos calcáreos en la zona alta de Labastida– para lanzar este año al mercado su último vino, uno que recordará a los históricos vinos finos de Rioja.
De la dificultad virtud
El año 2023 fue especialmente cálido y por lo tanto algo difícil para los viticultores nacionales, quizá por eso, para este vino Carlos y Fidel eligieron dos de sus parcelas más frías; una situada en la zona sur con orientación este de cepas 100% tempranillo plantadas en 1980 y la otra en las faldas de la Sierra de Cantabria, 100% garnacha tinta plantada en los años 90. Decidieron vinificar por separado; la crianza de la tempranillo se llevó a cabo durante 12 meses en barricas de roble francés 50% nuevo y 50% de un segundo vino para conservar su elegancia, mientras que la garnacha se crio también 12 meses pero en huevos de hormigón de 1.600 l para mantener la frescura. El resultado es un vino diferente –algo a lo que Tierra nos tiene acostumbrados–, donde aparece la fruta negra madura de la tempranillo y la fruta roja de la garnacha tinta cultivada en la Sierra de Cantabria. Sabio equilibrio entre elegancia y frescura propio de los vinos de la Rioja Alavesa, de difícil acceso por su limitada producción y que, guardado en óptimas condiciones, se podrá disfrutar hasta 2035.